Juan Mario Vargas Yáñez.
Catedrático de Biología Animal.
U. de Málaga.
[…] Hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, la persecución discrecional de los depredadores no sólo estaba permitida sino fomentada mediante recompensas económicas cuya liquidación, desde 1542, correspondía a los Ayuntamientos, los cuales a partir de 1879 estaban obligados por ley a incluir en sus presupuestos una partida destinada a dicho menester, con la condición añadida en 1902 de igualar o superar los estipendios previstos en el ejercicio anterior. Existía la figura del alimañero, es decir, la persona que se dedicaba profesionalmente a la captura de rapaces y carnívoros. Su labor era remunerada con los fondos públicos antes citados, con el dinero de los propietarios de fincas privadas que contrataban sus servicios y con la venta de las pieles de los mamíferos predadores que aprehendían. Para algunas especies de interés peletero (tabla 1), esta última actividad proporcionaba ingresos en general más enjundiosos que los obtenidos a través de las recompensas municipales percibidas por los ejemplares capturados.
Hasta comienzos del siglo
XIX, tan sólo se incentivaba en términos económicos la captura de lobos y
zorros, especies consideradas dañinas para las personas
y el ganado. En 1834 se incluyeron
en dicho catálogo la garduña, el gato
montés, el tejón y el hurón, predadores de conejos cuya caza y venta proporcionaba,
por aquel entonces, magros beneficios a los propietarios de fincas, generaba
empleo rural (sacadores profesionales de conejos) y un aporte sustancial de proteínas
para la población humana.
Para el cobro de las
recompensas era preceptivo presentar a la justicia la cola y una oreja de los
lobos y de los zorros, así como las pieles de las restantes especies.
A partir de 1903, el lince y las rapaces diurnas pasaron a
incrementar la lista de especies recompensables, distinguiéndose a efectos económicos
entre las aves de rapiña de tamaño igual o superior al milano y las de tamaño
inferior. El motivo fundamental era “fomentar un ramo importante de la riqueza
pública y los recursos del Tesoro” (la
caza), de ahí la procedencia de combatir a sus enemigos naturales (Real
Orden de 1º de julio de 1902). Finalmente, con la creación en 1953 de las Juntas
Provinciales de Extinción de Animales Dañinos, también se puso precio a lagartos y culebras, lirones caretos,
lechuzas, búhos y restantes carnívoros.
Al igual que existían medidas de fomento para el exterminio
de predadores, también se promulgaron algunas
normas restrictivas para evitar riesgos colaterales a personas y animales domésticos (cepos en general), para impedir la captura de otras especies cinegéticas
fuera del período hábil de caza, así como, en
fechas muy recientes, para evitar la desaparición de algunos predadores
considerados ya en peligro de extinción (tabla2).
No es posible precisar
el momento en que se produjo el cambio
de mentalidad política y social que
condujo a sustituir la praxis del exterminio indiscriminado por el concepto de
control selectivo. En realidad fue un proceso gradual cuyos principales
hitos jalonan la segunda mitad del siglo XX. A nivel normativo, el incentivo remunerado fue siendo sustituido por
la sanción administrativa aplicable a quien diese muerte, mantuviese en
cautividad, destruyera nidos y madrigueras o comercializase con especies
predadoras catalogadas (legalmente protegidas). Procede advertir que muchas especies, antes de ser protegidas
con carácter permanente, fueron objeto de protección legal transitoria mediante
la publicación de Órdenes específicas del Ministerio de Agricultura o mediante
referencia expresa en las Órdenes Generales de Vedas que anualmente se
publicaban. Una breve síntesis de esta cronología se recoge en la tabla 3.
Durante los años 60 y 70
la normativa española en materia de
protección de predadores fue especialmente
profusa. Atrás quedaban siglos de fomento del exterminio de animales dañinos
que, según el texto redactado por el Jefe del Servicio Nacional de Pesca Fluvial
y Caza en junio de 1966, se debía a “la introducción de cambios fundamentales
en la política de control de alimañas, sustituyendo
la idea de extinción por otra más progresiva encaminada a conseguir un deseable
equilibrio biológico”.
Precisamente en esa época fue cuando comenzó a descollar en los
medios de comunicación el odontólogo burgalés Félix Rodríguez de la Fuente hablando de cetrería. Con su
magnetismo personal y su capacidad de cautivar mediante la palabra, la pluma y
la imagen, vectores de su apasionada vocación naturalística, consiguió ganarse
a un público incondicional, así como despertar en él una actitud sensible hacia
la conservación de las especies animales y de sus hábitats. Su legado va más
allá de la serie televisiva y de la enciclopedia “Fauna”, de la obra en
fascículos titulada “La Fauna Ibérica”, del programa “El hombre y la Tierra”,
de la fundación de ADENA y de su participación tanto a nivel oficial como a
título personal en numerosas actividades relacionadas con la conservación de la
naturaleza. Rodríguez de la Fuente fue
un revolucionario que logró embelesar e imbuir a toda una sociedad en el nuevo
paradigma de la relación respetuosa entre el hombre y la fauna silvestre.
No fue ni el único ni el primero en emprender esta labor, pero sin duda fue la
figura más influyente, más atractiva, más respetada y más querida de entonces.
Fotografía publicada en el diario ABC el 15 de mayo de 1948. El
pie de foto reza: "En una batida" dada en los montes de Las Navas del
Marqués, por un grupo de cazadores se han matado siete grandes lobos, ocho
zorras y otros animales dañinos que estaban causando grandes perjuicios a la
ganadería”.
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Al Amigo de los Animales, como popularmente se denominaba a Félix,
le fascinaban las aves rapaces diurnas,
sobre todo el halcón peregrino y el lobo,
alimañas que en aquel tiempo seguían estando proscritas y perseguidas de hecho
en el medio rural. Cambiar los hábitos
adquiridos durante siglos de lucha sin cuartel y transformar la mentalidad
colectiva de repulsa hacia dichas especies no fue tarea sencilla, ni
Rodríguez de la Fuente vivió lo suficiente para verla consolidada en la
práctica. Por eso, tanto a él como a quienes le precedieron, lo acompañaron o
lo relevaron a partir de 1980, les corresponde el reconocimiento explícito de
las generaciones actuales, por una labor que fue tan necesaria como
impostergable.
Hasta fechas muy
recientes, el lobo ha sido una especie abundante y problemática en España. Baste recordar que tan sólo en la provincia de Cáceres se capturaron
oficialmente 290 lobos entre 1955 y 1959, o los 80 ejemplares abatidos en Asturias en 1958. Dicha abundancia justica
que no haya llegado a extinguirse, a pesar del incentivo económico con que se
ha fomentado y premiado su captura a lo largo de los siglos (tabla 4).
A pesar de todo, los conflictos
se agudizaron en décadas posteriores cuando la idea de exterminio fue cediendo
terreno a la de conservación y gestión de la especie. Fue precisamente en esta época cuando Félix inició una
campaña a favor del lobo, en contra de la tradición y del sentir popular que lo
consideraba la especie más dañina entre todas las alimañas. A la sazón cabe
citar las manifestaciones de Pardo (1949):
“Hay que ir a la extinción de esa especie,
intensificar su acoso y destrucción, y solo cuando su numero haya decrecido
considerablemente y venga a constituir una curiosidad faunística, será el
momento, como ahora con el oso, de cuidar que no se extinga completamente”.
La persecución ilegal de
predadores sigue siendo una lacra en España, especialmente mediante el uso
de cebos envenenados cuya proliferación, durante los últimos
veinte años, ha puesto en jaque a especies tan emblemáticas como el águila
imperial, el buitre negro, el alimoche o los milanos, así como menoscabado
el éxito de costosos programas de reintroducción como el del quebrantahuesos en Andalucía. Sin
embargo, nadie medianamente ecuánime se atrevería a insinuar que tiempos
pasados fueron mejores porque, en relación a este tema, ha sido a ciencia
cierta todo lo contrario.
Hoy día existe una normativa
rígida y consensuada que protege, dentro de los marcos legales comunitario, nacional
y autonómico, a todas las especies que antaño estaban instaladas en el ojo
del huracán, hay voluntad política para hacerla cumplir en la práctica y de la
conciencia popular está erradicado el
concepto de exterminio y ha sido sustituido por el de control selectivo. El uso del término alimaña, cuyo significado
exacto y aséptico es el de animal
perjudicial a la caza menor, ha caído en desuso por sus connotaciones peyorativas
y ha sido remplazado por el de predador
o depredador (ambas palabras aceptadas por la Real Academia Española de la
Lengua).
José María Valverde con Félix Rodríguez de la Fuente. |
El paradigma de Félix y el lobo, lejos de ser una expresión retórica, tal vez constituye la superación del reto más difícil al que se enfrentó el insigne naturalista, relegando a un segundo plano la mutación de las alimañas a depredadores en el sustrato de la conciencia social. Todo un logro cuya dimensión cabe aquilatarla recordando una intervención del Dr. José Antonio Valverde durante una reunión de la UICN en 1959: “No es arriesgado predecir que (el lobo) probablemente se habrá extinguido por completo (en España) a finales de este siglo, perseguido por la estricnina, el fusil y el saqueo de sus madrigueras. A decir verdad, si hay algún animal cuya conservación parezca imposible es el lobo”.
Depredadores
‘versus’ alimañas. El paradigma de Félix y el lobo. Juan Mario Vargas Yáñez
(2010) http://bit.ly/XyCFUM Encuentros en la Biología, Vol.3 | Nº 129 2010 (Publicado en internet por http://www.encuentros.uma.es/ )